Reflexiones de Cuaresma ...
Experiencia de desierto
Por Sebastián Fuster Perelló, o.p.
Pascua es la gran fiesta cristiana, la única Fiesta, el eje en torno al cual giran todas las demás. Si Cristo no ha resucitado vana es la fe, inútil la predicación. Pasión-muerte-resurrección-glorificación del Señor son el núcleo del existir cristiano, los hechos más importantes de una larga historia, misteriosa y salvífica. Desde que la humanidad rechazara el Proyecto divino al crear el mundo, el Padre Dios, con su Palabra y su Espíritu fue saliendo al paso del hombre, haciéndose el encontradizo, como un mendigo, suplicándole volviera a los orígenes.
(...)
Avanzar, caminar por el Desierto hacia la Vida, hacia la Pascua, hacia la Resurrección. Algo de esto es la Cuaresma. En realidad, toda la existencia cristiana es peregrinaje hacia el encuentro del Padre, siguiendo las huellas de Cristo, bajo la fuerza del Espíritu, pero lo celebramos de una forma más significativa en estos cuarenta días que preceden a la Pascua, como si fuera un "cristianismo concentrado". Es de suponer que los enamorados se quieran siempre, pero... lo celebran un día al año.
(...)El desierto es lugar de "paso". Nadie construye una casa en la arena. A lo sumo se limita a plantar la tienda de campaña. La experiencia de desierto es un estímulo permanente a vivir el sentido de lo provisional. Estamos de paso. Nacemos, crecemos, morimos... No vale la pena "acumular" y "tener", almacenando en los graneros. Vivimos como peregrinos camino de la Patria definitiva. Importa relativizar la existencia, dando ciertamente valor a cada cosa, pero siempre en orden a lo único Absoluto. Lo importante es realizarse, "ser". Desprenderse del peso inútil de tantas cosas superfluas para poder aligerar la marcha. Calcular bien qué poner en la mochila para que sea útil y no estorbe la escalada hasta la cima. Nuestra morada definitiva está "más allá", en los "cielos nuevos y la tierra nueva" (Ap 21,1).
"Este número cuarenta encierra un misterio –escribe san Agustín—Es figura del mundo por el que peregrinamos, empujados y arrastrados nosotros mismos por el peso de los años, por la inestabilidad de las cosas humanas, por sus vicisitudes, por esta inconstancia que arrastra todas las cosas consigo... Deber nuestro es abstenernos de las codicias de este mundo por el que atravesamos, lo cual se halla figurado en el ayuno de los cuarenta días, que todos conocen con el nombre de cuaresma" (Sermón 270, 3: ML 38,1240).
Los hebreos anduvieron cuarenta años por el desierto alimentados apenas con maná y codornices. También Elías con la simple fuerza de una tarta cocida y una jarra de agua (1R 19,8) anduvo sin detenerse cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de la tranquilidad. Jesús fue empujado al desierto por el Espíritu, donde ayunó cuarenta días con sus noches. Sin duda, para nosotros, no es imprescindible desplazarse a un lugar geográfico especial para vivir una experiencia similar. Desde el propio hogar y el trabajo de cada día puede captarse la provisionalidad –"Que todo pasa y todo queda, aunque lo nuestro es pasar" (A. Machado); "Que todo pasa como las nubes, como las aves, como las sombras" (A.Nervo)--, lo transitorio y efímero del tiempo.
Durante la Cuaresma la iglesia invita a un "entrene extraordinario", una especie de concentración ante un final de copa. Ejercitarse a tope para alcanzar el premio. Preparar las jugadas, disponer la estrategia, vigilar al contrincante, fortalecer los músculos... Casi ninguno de los israelitas superaron la prueba. Fueron muy pocos los que, habiendo salido de Egipto, consiguieron recorrer todo el maratón y entrar en la Tierra Prometida. Privarme de algo que me apetece (sea un dinero, un viaje o una cajetilla de tabaco), o comprometerme en algo que me arredra (una actividad altruista, por ejemplo) es una forma de entrenarme, un paso hacia el dominio de uno mismo. Cristo superó las tentaciones, no por ser "Dios", sino por "dejarse llevar del Espíritu". ¿Las venceremos nosotros? ¿Podremos celebrar la Fiesta, la Pascua?
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El desierto es lugar privilegiado para un encuentro con Dios. Allí, en el desierto, es donde Israel celebró las grandes teofanías. Allí se reveló a Moisés. Y a Elías. Al desierto se retiraba Jesús para hablar en la intimidad con su Padre, a quien llamaba "abbà, papaíto" (Mc 14, 36). Buscaba siempre espacios solitarios. A veces, de noche, cuando había dado de comer a la muchedumbre y le buscaban para proclamarlo rey, se retiraba al monte hasta la tercera o cuarta vigilia (Jn 6, 15-20). A veces, muy de madrugada, antes de que se despertaran los demás, salía de casa para orar a solas. Marcos relata un caso curioso. Pedro se levanta y, al no encontrarle, le busca por el campo y al verle, le regaña nervioso: "¡Todo el mundo te anda buscando!". Pero Cristo, que ha escuchado la voz del Señor en el silencio, ha cambiado de programa: "¿Ah, sí? Pues vámonos a otra parte, que también he de predicar en otros pueblos" (Mc 1, 35-39). Cuanto más aumentaba en éxito, más "se retiraba a lugares solitarios" (Lc 5, 15).
Y es que a Dios se le encuentra en el silencio. Se habla mucho del eclipse de Dios, como si hubiera abandonado a sus criaturas, como si no llegaran a sus oídos los gritos de quienes le suplican. Pero, ¿es que Dios no habla, o es que el hombre se ha vuelto incapaz de escucharle?. "El silencio es la gran revelación", escribió Lao-Tse. De san Benito dijo san Gregorio Magno con frase lapidaria que "alejado del mundo vivía consigo mismo". Del hombre contemporáneo quizás pudiera afirmarse lo contrario: "vive fuera de sí", por esto no se encuentra. Extra-vertido, volcado a los demás, son los demás quienes van marcando sus criterios, sus normas, sus ideas... Agustín lamentaba haber perdido el tiempo buscando a Dios por las afueras, en vez de penetrar en lo más íntimo de su propia intimidad. Tomás de Aquino llegó a decir que "a lo más que puede aspirar el hombre es a unirse a Dios como al Gran Desconocido". Porque Dios no es nada de lo que vemos o palpamos, siempre está "más allá" de nuestros pensamientos, es "el totalmente Otro", el "Misterioso". Imposible alcanzarle. Sin embargo, es posible que Él nos alcance. Lo único que me pide es dejarme alcanzar, estar disponible, captar la onda de Su Espíritu y escuchar... creando silencio. "No saber más nada", decía sor Isabel de la Trinidad. Su maestro Juan de la Cruz había escrito: "Nada, nada, nada, nada, nada en el Camino; y en la Montaña, nada".
En Cuaresma la iglesia nos invita a intensificar la oración, el retiro, los ejercicios espirituales... siquiera sea apagar la televisión, abandonar los auriculares, olvidarse del ordenador y entrar en el "aposento interior" (Mt 6,6) donde, "cerradas las puertas" pueda escuchar la voz de la propia conciencia.
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